LA SUMISA
Hace tiempo ya que la tristeza se ha pegado a ella como una segunda piel.
-Abuela, no llores más. El abuelo se ha ido al cielo.
La niña agarra del brazo a la anciana y la ayuda a sentarse
-Mi niña, no lloro por eso. Lo hago porque sé que tú no tendrás mi vida. Tú puedes y debes ser feliz.
-¿Tú no eres feliz, abuela?
Ahora sí, mi niña, porque os tengo a ti y a tus preciosos ajos azules mirándome. Pero verás, mi vida no ha sido fácil. Antes, el matrimonio era para siempre. No importaban los insultos, los golpes y las humillaciones, tan solo era tu marido, el hombre que te dejó a cargo de siete hijos, y tú la esposa sumisa que debía soportarlo todo... pero tú no, me oyes, ¡tú no!
-Abuela, ¿no querías al abuelo?
Quería al hombre que fue tu abuelo, no en lo que se había convertido.
La niña sonríe a su abuela y ambas se funden en un intenso y emocionado abrazo
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