domingo, 23 de marzo de 2014

Lazarillo del s. XXI

Sepa Ud., Sr. Juez, que le entiendo. Si yo estuviera en su lugar, también lo haría. Que no le tiemble el pulso, que no dude su mirada. Terminemos de una vez el libro de mi vida, que nunca debió comenzar. Su firma, en mi sentencia de muerte, es un bonito punto y final. En el fondo siento cierta paz y descanso al presentir pronto mi ejecución. Sí, soy culpable. Soy yo la niña, adolescente y ahora mujer que robó, maltrató, y mató, tal cual lo relatan Uds. Fueron mis manos las que terminaron con esas vidas que ahora atormentan y machacan mi alma. Fueron el odio que emergía de mi ser, el resentimiento y la locura los que dirigían mis actos… Claro que soy culpable, pero, ¿la única? Concédame al menos un pensamiento, ¿qué me llevó a ser así? Sirvan estas, mis últimas letras, como resumen de la historia de mi vida, en las que tal vez encontrará Ud. mi origen y comprenderá una vida difícil de explicar.

Sr. Juez, nadie debería nacer sin familia, pues yo lo hice. A mi madre no la conocí. Padre, hermanos o hermanas nunca tuve. Lo más parecido a ellos fueron los compañeros y tutores de los distintos orfanatos que conocí en mi niñez. Sufrí mucho en ellos. Fueron constantes las palizas, los insultos y las humillaciones por el simple hecho de existir. Las cicatrices más antiguas de mis muñecas datan de esta época. La primera vez que intenté suicidarme tenía sólo 12 años. No merecía la pena vivir.


Reformatorio
Intenté huir de esos infiernos. Me fugaba, pero siempre me encontraban, y a la vuelta todo era un poco peor. Al poco tiempo me trasladaron a un reformatorio. Durante meses, los responsables se jugaron a las cartas  quién me violaría esa noche. Yo, desde mi celda, los oía, y temblaba en un rincón a la vez que pedía que terminara esa pesadilla. Pero no, siempre se abría la puerta y la silueta del mal entraba. Nadie percibía mis gritos, nadie me ayudaba. Pronto, voces en mi interior me hablaron, tenía que hacer algo…

Esa noche, él creía que yo dormía, pero no, le estaba esperando. Se acercó a mí, como siempre. Me di la vuelta y, con todas mis fuerzas, clavé el mango de mi afilado cepillo de dientes en su garganta. Cómo sangraba. Es curioso que en esta ocasión sus gritos fueron oídos por todos los demás. Fue la primera vez que maté. Sí, a los 14 años mi mano lo hizo, pero la movía algo en mi interior que ellos habían creado. ¿Que si me arrepiento?, no. Lo volvería a hacer mil veces más. Ningún otro hombre se me volvió a acercar.

Cárcel
Fui mayor de edad e ingresé en prisión. Era un lugar solitario, dónde, al principio, la única compañía que tuve era el reflejo de mi imagen en el espejo de mi celda. Observaba a una chica abandonada, morena y de pelo largo, dónde sus ojos azules contrastaban con una piel oscura. Más tarde compartí celda con una mujer. Fue la única amiga que tuve. Consiguió suicidarse. Por muy amiga mía que fuera, comprendo que la situación que vivía no era del todo agradable. Decidí resistir la tentación de hacer lo mismo, pero en muchas ocasiones pienso si de verdad mereció la pena seguir con vida.
Tan pronto como pude, me fugué.

En la clandestinidad conocí a un hombre del que aprendí a robar todo aquello que tuviera valor. Convivimos juntos, escondidos, ocultos de la sociedad a la que masacrábamos durante 5 largos años. Fue la única persona que pudo envolver sus brazos alrededor de mí sin que le opusiera resistencia. Hoy sé que las emociones no son difíciles de prestar cuando el amor fue la palabra que nunca aprendiste. A pesar de sus palizas, aún hoy le sigo queriendo, pues es lo más parecido a una familia que he tenido. Murió. Alguien le pegó un tiro o algo así oí. Sin él y sin nada que perder, deambulé por el mundo sin orden ni control. No distinguía entre el bien y el mal. Todo era lícito. Atracando una gasolinera se me disparó el arma, o puede que apretara yo el gatillo. No lo sé. Recuerdo el cuerpo de aquel muchacho en el suelo, con un mar de sangre brotándole por la espalda. Han pasado tantos años, y hoy me impresiona más que entonces.

¿Cómo no iba a caer en las drogas? En mi oscuro micro mundo marginal, apartada de la sociedad, sin nadie que me ayudara, las drogas eran el camino hacia la luz, efímera, corta y temporal, pero luz. Sr. Juez, si esa luz le faltara, ¿qué haría Ud.? Ellos aparecieron y querían robar mi luz. No tuve elección. Se lo merecían. Las voces de mi cabeza no paraban de gritar, ¡dispara!, ¡dispara!... y así mil veces. Vacié el cargador de mi pistola. Las voces se callaron.

Volví a robar. Farmacias, gasolineras, pequeños comercios e incluso algunas sucursales bancarias. Cada vez lo hacía con más facilidad, rodeada de distintas personas, todos desperdicios de la sociedad. De ellas aprendí lo inmundo y obseso que puede ser un ser humano con otros de su misma especie. Las voces que escuchaba me pedían sangre. Henchida de odio, veía en todas las personas a los maltratadores de mis días, a los violadores de mis noches... Quería matar, lo necesitaba.

Se me viene a la memoria el día en el que alimenté mi ego disparando a un niño que usé cómo rehén para robar una financiera. Recuerdo cómo antes de cometer el delito, la madre, entre lágrimas, me pidió que lo dejara. El hecho de que tuviera una madre que lloraba por él hizo que la envidia me corroyera el alma. Sí, disparé, y tras hacerlo, no sé qué me sucedió. Fue como si no percibiera el paso del tiempo, como si no fuera consciente de la existencia de un mundo ajeno a mis pensamientos. Desperté cuando noté una mano sobre mi brazo. Me esposó. No traté de rebelarme contra la policía y, sin oponer resistencia, entré en su vehículo. Durante todo el viaje pensé en el niño. Noté que un par de lágrimas se resbalaron por mis mejillas. Sr Juez, fue la primera vez que sentí ese tipo de dolor y sí, fue por matar a alguien al que todavía no le había vencido una tentación grave en su vida. 

Sabía dónde me llevaban, al lugar dónde muchas de mis pesadillas se convirtieron en realidad. Cuando llegué, me metieron en una celda alejada de todas las demás, sin rejas. Esta vez me colocaron una camisa de fuerza para que no pudiera moverme. A los dos años me enteré de mi condena, pero créame, Sr. Juez, durante todo este tiempo no he parado de pensar en todas esas personas a las que maté y torturé. Ahora que conoce mi historia, trate de ponerse en mi papel.

Ha sido una vida complicada y hoy muchas de esas personas me torturan a mí. Adelante, no tiene más que firmar el papel y todo lo anterior dejará de existir. En parte estoy arrepentida, pero créame, trato de hacer lo mismo con otros delitos con los que no puedo. Sé qué clase de persona soy y si yo fuera Ud., también desearía acabar con este monstruo.


Atentamente, María