viernes, 4 de octubre de 2013

Metamorfosis

Lo primero que hizo Gregorio fue salir corriendo hacia el espejo, anhelando no observar la espantosa figura en que creía haberse convertido... Pero no, la cruel realidad del frío cristal le decía lo contrario.
-¿Qué me ha ocurrido? -gritó desesperado-  -¡Eso no puedo ser yo, debo estar soñando! Mientras Gregorio trataba de encontrar alguna explicación a lo que le había sucedido, un extraño sentido, desconocido para él, le alertó que alguien subía las escaleras y, con movimientos impropios de un ser humano,  instintivos, se vio a sí mismo refugiado en su armario. Un poco después, percibió cómo su padre entraba en la habitación. Al no verle, comenzó a vocear su nombre, pero, al comprobar que Gregorio no contestaba, supuso que, aunque era muy temprano, ya habría salido a trabajar. Cuando el padre se fue de la habitación, Gregorio salió de su escondite y volvió a buscar su reflejo. Pero no, éste le devolvió la terrible imagen de su realidad: dos asquerosas antenas, peludas y retorcidas que nacían en su rapada cabeza, un nauseabundo y arrugado vientre colgante, dos enormes ojos saltones e inexpresivos, seis repugnantes patas espinosas y un repulsivo y escamoso caparazón en su pecho y espalda, fue lo único que pudo observar.
-¡No estoy soñando!, ¿En qué demonios me he convertido? Durante unos instantes, cientos de pensamientos pasaron por su mente: qué hacer, dónde ir, a quién acudir... Sencillamente, estaba perdido. Tras unos segundos, sólo la idea de acabar con su vida iluminaba lo poco de humano que quedaba en él. Recordó la navaja que su padre le regaló en su cumpleaños.
 -Debe estar en el cajón del escritorio, -se dijo a sí mismo- . Cuando se dio cuenta, ya la tenía entre sus manos y, antes de que se pudiera arrepentir, con un golpe seco, la dirigió a su corazón. Un grito de desesperación inundó su garganta al ver cómo la hoja de acero apenas arañó la gruesa capa de escamas que envolvía su pecho.

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