El tiempo se detuvo. Las personas que caminaban ya no lo hacían, y yacían como estatuas sobre el terreno que pisaban. Esto me permitió poder acercarme a cada una de ellas e intentar analizar su situación. Pude deducir que muchas paseaban alegremente con sus parejas, mientras que otras discutían con ellas. Llovía, y mucha gente corría bajo una capucha o un periódico buscando un techo bajo el que refugiarse. Miré el reloj del Big Ben: eran las nueve menos cuarto de la noche, y no parecía que esa hora fuese a cambiar. Hacía frío, y muchos no tuvieron más remedio que correr hacia establecimientos con calefacción, aunque la mayoría se quedaron por el camino. Aburrida de mirar a la gente, elevé la cabeza, y pude observar el cielo. Pensé que las gotas de lluvia que quedaron por encima de mi se me iban a clavar como cuchillos. Me desperté. Mientras todavía intentaba interpretar el sueño, miré por la ventana. Estaba lloviendo y las gotas de lluvia no caían. El Big Ben marcaba las nueve menos cuarto. No se movía
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